martes, 24 de enero de 2012

Silencio






Volvía a ser de noche. En la posaba reinaba el silencio, un silencio triple.
El silencio más obvio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban. Si hubiera soplado el viento, este habría suspirado entre las ramas, habría hecho chirriar el letrero de la posada y habría arrastrado el silencio calle abajo como arrastra las hojas caídas en otoño.
En la posada, un par de hombres, apiñados en un extremo de la barra, bebían con tranquila determinación. Su presencia añadía otro silencio, pequeño y sombrío, al otro silencio, hueco y mayor. Era una especie de aleación, un contrapunto.
El tercer silencio no era fácil reconocerlo. Si pasabas una hora escuchando, quizá empezaras a notarlo en el suelo de madera y en los bastos barriles que había detrás de la barra. Estaba en la chimenea de piedra negra. Y estaba en las manos del hombre allí de pie, sacándole brillo a la superficie.
La posada era suya, y también era suyo el tercer silencio. Así debía ser, pues ese era el mayor de los tres silencios, y envolvía a los otros dos. Era profundo y ancho como el final del otoño. Era grande y pesado como una gran roca erosionada. Era un sonido paciente e impasible, como el de las flores cortadas; el silencio de un hombre que espera la muerte.




Aqua!!