miércoles, 16 de marzo de 2011

El Cielo. capítulo 1: Así es el Cielo.

Sus pisadas resonaban en la calle, mojada aún por la lluvia que había caído, las pisadas de sus perseguidores sonaban detrás de ella, lo que la hacía no amedrentarse y aflojar el ritmo. Giró en la siguiente esquina y aminoró la marcha hasta pararse justo enfrente de lo que parecía ser un callejón sin salida. Anyéba se había criado entre esas calles y nunca jamás habría cometido tal descuido como el de quedarse atrapada entre ellas. La joven chica morena cerró los ojos y se concentró, pronto comenzó a formarse un portal en la pared de ladrillo, cuando los soldados se pararon detrás de ella, la chica saltó hacia el agujero, haciendo que este se cerrara tras su pasada y dejando a los soldados totalmente confusos.
Anyéba llegó a la Tierra en el momento justo en el que la campana del comienzo de las clases empezaba a sonar. Como una chica normal de diecinueve años, acudía al instituto y llevaba una vida completamente diferente al Cielo.
El Cielo, el único lugar donde Anyéba desearía no haber nacido, gobernado por un tirano que se aprovecha de los ciudadanos, prohíbe la magia, fuente de todo poder y mata prácticamente a placer. Cuando piensa que los ciudadanos no han cumplido todas sus normas o por infracciones leves, estos son inmediatamente condenados a la horca.
        Las gentes del Cielo apenas son conscientes de que esta manera de gobernar es injusta pues lleva manteniéndose así desde generaciones atrás y no conocen otra cosa.
         Los Raises son personas que nacen con el ADN modificado, lo que les permite tener un poder especial para controlar un elemento y el tirano condena a muerte a esta clase de personas. Así es el cielo, así es el lugar donde Anyéba ha tenido que criarse desde pequeña, escapándose del gobierno y de los soldados por haber nacido como Raise.
Anyéba lleva una vida diferente en el Cielo y en la Tierra, cuando se agobia escapa a la Tierra donde pasa totalmente desapercibida y puede pasear por las calles como una persona normal, pero ella nunca olvida sus obligaciones, como es cuidar de su hermano pequeño, Lansón, de trece años.
La chica se encontraba en clase, sentada en su pupitre de la tercera fila, a una columna de la ventana. Se encontraba balanceándose en la silla mientras pensaba con gran frustración en la injusta situación de su mundo.
“Mierda de mundo, mierda de estado, mierda de todo” pensaba la chica para sí mientras mordía la parte de atrás del bolígrafo.
“Si pudiera le daría una patada en el culo a ese maldito dictador y me apoderaría del reino”
-¡Sí!, ¡definitivamente le mandaré a tomar por el culo mientras yo me hago con el poder!
-Señorita Gaby – añadió el profesor mientras toda la clase miraba a Anyéba anonadados – al despacho del profesor.
Anyéba, llamada Gaby en la Tierra, tardó unos segundos en darse cuenta que había hablado en alto y con una vagancia y pasotismo impropio de ella, se levantó y salió de clase.
Gaby caminaba por la acera mientras se comía una chocolatina de chocolate con leche y reflexionaba sobre su nuevo plan de dominar el mundo. Se creía una chica fuerte y a decir verdad lo era, sabía que podía apoderarse del mundo entero sin problema aunque quizás necesitaba un poco de ayuda.
“Está claro que sola no puedo pero… pedirle ayuda al loco de Runrik y a Clo no creo que sea una buena idea, aunque no es que conozca a muchas más personas. Está claro que si hay Raises escondidos por el Cielo, no creo que estén lo suficientemente locos como para ayudarme a controlar el mundo… seguramente tenga que pedirles ayuda a Runrik y Clo, por mucho que me pese…”
Cuando llegó al segundo cruce torció a la derecha y se encontró de nuevo ante una pared vacía y fría. Tan solo los Raises podían abrir portales entre los dos mundos y decidir quién pasa por ellos, aun así es un poder muy difícil de controlar. Anyéba es una chica que se ha criado desde pequeña en las calles, sufriendo palizas y malos tratos, aprendiendo de lo que veía y probando hasta que lo que quería hacer le salía bien.
Como de costumbre cerró los ojos y concentrándose consiguió crear un agujero en la pared del que procedían ruidos mucho más conocidos para ella. Cruzó y tras ella, el portal se cerró. Apareció en el Cielo, una enorme ciudad formada por un enorme castillo en el centro, aunque más que un castillo podría decirse que es una enorme fortaleza de la cual solo se ve la enorme muralla que la protegía del resto de la ciudad y las enormes torres saliendo por encima. A su alrededor se encontraban calles sucias y malolientes, frías, húmedas y llenas de gente vendiendo, comprando, mendigando y como no, muriendo.
La únicas calles que no ofrecían esa vista eran las calles Ecuatoriales, que salían hacia el Este y Oeste desde el castillo hasta la parte de afuera de la ciudad, donde se encontraban las grandes mansiones y viviendas de los ricos. Las calles Ecuatoriales estaban llenas de guardias que evitaban que los mendigos cruzaran por ellas. Los campos de trabajo se encontraban al norte y al sur de la ciudad.
Al funcionar estas calles de corta-fuegos y evitar que los mendigos cruzaran por ellas, El Cielo estaba claramente dividido en la parte norte y la parte sur. Anyéba vivía en la parte sur de la ciudad, se la conocía perfectamente, piedra a piedra, calle a calle y a casi todas las personas que por allí vivían.
Escondiéndose entre las calles, tras los puestos de verduras, escalando por los tejados, cruzando casas metiéndose por las ventanas y evitando a todo momento las miradas de los demás, consiguió llegar frente a la casa de sus amigos.
Empujó la gran puerta de madera que como siempre, se encontraba abierta y lo primero que se percibió fue el extraño olor propio de su casa y la voz de Runrik.
-Mi preciosa princesa, es un honor para mí que me muestres estas partes tan íntimas de tu cuerpo, en verdad me siento embelesado por tu belleza. ¡Oh! Mira aquí, que blandas son… que bien colocadas…
Anyéba abrió la puerta y no se extrañó de ver la escena que se estaba llevando a cabo, se apoyó en el marco de la puerta y cruzó los brazos.
-Psicópata, ¿Ya estás de nuevo hurgando en las vísceras de una pobre muchacha? – Runrik se giró al escuchar la voz de Anyéba.
-¡Oh! ¡Anyéba! La fuente de mi inspiración, el grifo de mis deseos…
-¡Anyéba! – Clo, el hermano pequeño de Runrik de catorce años de edad salió de detrás de una puerta entusiasmado por la visita de su amiga. Su pelo rubio ondeó a causa de la corriente de aire que entraba por la puerta y  sus ojos azules brillaron durante una décima de segundo.
-Hola – dijo en un tono seco, natural de ella. Gaby era una chica sencilla, huraña y borde que no dependía de casi nadie y sabía valerse por ella misma. Tenía el cabello ondulado, despeinado y marrón, del mismo color que sus ojos. Una mirada penetrante e intimidadora. Tenía el cuerpo bastante desarrollado debido a que siempre se había valido de la fuerza y medía un metro setenta y cinco. Runrik tenía dos años más que ella, veintiuno. Tenía el cabello negro, con mechones cayéndole por la frente, sus ojos eran de un penetrante color azul, al igual que los de su hermano pequeño, Clo. Era un chico delgado, musculoso y con un metro ochenta y dos de altura.
-He venido a pediros ayuda – añadió sin cortes. Los dos hermanos la miraron extrañados y ella se sintió incómoda. – No me miréis así, sabéis que no os pediría ayuda si no fuera realmente necesario.
-Um... ¿Y cuál es el tema que le preocupa tanto a mi pequeña princesa de tacones de cristal? – Anyéba apretó el puño, reprimiendo las ganas de atestarle un buen puñetazo en la cara.
-Vamos a revelarnos – soltó.