Seguramente nadie lo habría creído si lo hubiera
contado, pero, ¿A quién le importa? Mi altanera forma de actuar solo es fruto
de una desgraciada e injusta vida que yo no decidí tener.
Nadie tenía fe en mí y las únicas palabras que, con
el paso del tiempo acabé creyéndome, siempre eran las mismas: esta achacosa mocosa
no sirve de nada.
Probablemente fue en mi decimocuarto cumpleaños que
mi vida cambió drásticamente, y todo ello por un único motivo: Funny.
Sí, es cierto, el nombre no es muy creativo. Yo
tampoco. Funny es ¿Cómo decirlo? Un cuélebre. Ya sé que el nombre es muy poco
propio de una criatura gigante, escamosa y que según lo pintan, se alimenta de
humanos, pero él es fantástico.
El día que lo encontré no era un día soleado ni
lleno de mariposas y pajaritos, tampoco un día lluvioso y apesadumbrado, era
simplemente, un día normal.
No sé si soy una especie de Ayalga maldita que es
custodiada por un cuélebre o si solamente sigo siendo esa mocosa achacosa que
por casualidades de la vida se encontró una especie de dragón entre los
árboles. Pero era feliz.
Funny desprendía un aura de total convicción cuando
me miraba, como si esperase algo y estuviera seguro de que yo iba dárselo en cualquier momento. Aquello parecía
absurdo pero he de reconocer que en aquellos momentos solo tenía un gran temor
en mi vida: Vivir sin Funny.
Como criatura maldita que espera día a día la
aparición de su príncipe azul, yo esperaba a cada instante el reencuentro con él.
Pero como en toda historia, llegó el momento crucial, la peor parte.
Lo escuché aún a dos kilómetros de distancia, un
chillido desgarrador que me atravesó el corazón y me provocó un espasmo. Llegué
enseguida y juro por mi vida que desearía no haberlo hecho.
El príncipe había llegado para atravesar la garganta
de mi guardián con una espada. La alzaba orgulloso de haber vencido a aquella
atroz criatura, ensangrentada y deslumbrante la sostenía con fuerza mientras me
dirigía una petulante y orgullosa mirada.
¿Y yo debía de sentirme alagada? En esos instantes mi
mente cliqueó y se olvidó de él, prestando toda la atención y con ella mis
cinco sentidos, a Funny, quien seguía agonizante en el suelo.
Una de mis diminutas manos se posó sobre su hocico y
pude apreciar que me miraba. Con una total incredulidad apoyé mi frente sobre
él y pude escuchar sus gemidos cargados de dolor. Comencé a llorar, acompasada
por sus sollozos y pude observar como una lágrima le resbalaba colándose entre
las escamas diminutas.
“Los cuélebres
no pueden llorar” e instintivamente alargué mi mano y le limpié la lágrima.
Su contacto fue ¿Extraño? ¿Especial? Una mezcla de
diversos sentimientos increíbles e imposibles de describir para mí. Solo hubo
un sentimiento que entendí con total claridad: Amor.
Funny estaba enamorado de mí y un estúpido príncipe
azul de cuento se lo había llevado.
Aqua!!