martes, 11 de enero de 2011

2011 Año internacional de los bosques


Esta mañana mamá se ha levantado de buen humor y papá ha salido temprano a trabajar. Me ha dado de desayunar un chocolate caliente de esos que a mí me gustan mientras tatareaba una canción. Como estaba tan contenta me he arriesgado a preguntarle si me dejaba ir al bosque, aunque esta vez, en vez de decir un NO seco y poner cara de ogro, se ha limitado a negar con la cabeza y añadir con una sonrisa que el bosque es muy peligroso para una niña de siete años como yo.
Mamá nunca me deja ir al bosque, dice que me puedo hacer daño, pero yo sé que el bosque no es peligroso porque yo tengo muchos amigos allí. Cada vez que le hablo a mamá de mis amigos ella me dice que deje de decir tonterías y no vuelva al bosque, pero yo no entiendo por qué son tonterías.
Cuando terminé de desayunar salí a la calle a jugar con mi perrita. Es como una segunda mamá porque siempre me está cuidando, aunque si la molesto me gruñe, justo justo como mami.
Cuando me quitó el ojo de encima decidí irme al bosque. Caminé por la acera, primer cruce a la izquierda y seguí el camino hasta salir del pueblo. El bosque es muy grande pero mi sitio favorito está justo en el centro y está lleno de castaños, papá dice que es un bosque tono, átono, ¡ah, sí! ¡Autóctono!. Mis amigos siempre me están esperando con algún juego nuevo, la última vez me mostraron una enredadera seca por la cual podía colgarme como si fuera Tarzán, pero como caí y me manqué en el culo, ya no jugamos más…
Cuando llegué, estaban mirando algo curiosos y me acerqué a ellos. Miré por encima del Señor Pon, que es un animalillo muy pequeño y también algo gruñón, y observé que tenían una carta en el suelo. Tía Lila, una hadita muy guapa y con una vocecilla que te entra por los oídos como un pitido, la estaba leyendo en voz alta; se trataba de una hoja de diario de una niña pequeña.
Bambi me explicó que se trataba de lo que la niña quería ser de mayor, de cómo explicaba que no quería separarse de sus amigos aunque creciera y que estaba triste por eso. Yo tampoco quería separarme de mis amigos, porque aunque mamá me decía que no podía verlos ni ir al bosque, ellos eran muy buenos conmigo.
Entonces tuve una idea, al día siguiente reuniríamos cosas importantes de cada uno de nosotros y las guardaríamos en una caja, la enterraríamos y haríamos una promesa, así nunca nos separaríamos.
Cuando llegué a casa mi mama me riñó por haberme ido sin avisar y me obligó a comerme los garbanzos. Yo odio los garbanzos. Intenté entretenerme con algo hasta el día siguiente.
Hoy mamá ya no estaba de tan buen humor, por eso me lo pensé dos veces antes de entrar a hurtadillas a su cuarto, vaciar la caja donde guardaba sus pendientes y collares y salir corriendo con ella hacia el bosque. Allí estaban mis amigos, El Señor Pon, Tía Lila, Bambi y muchos más, los cuales hicieron un círculo en torno a mí para ver la caja.
Por un momento dudamos en si sería lo suficientemente grande, pero las cosas que habíamos reunido no eran muchas. Lo primero que metí en la caja fue un dibujo donde aparecíamos todos juntos, Tía Lila se cortó un pequeño mechón de cabello brillante que metió en la cajita, El señor Pon cogió una hoja seca que le gustaba mucho y Bambi un pequeño guijarro. Así todos mis amigos fueron metiendo una cosa tras otra hasta que la caja se llenó y la enterramos al pie de un enorme árbol al cual llamamos Tomy. Allí hicimos la promesa de que pasara lo que pasara nunca nos separaríamos.
Ya estoy en el instituto y a pesar de que me sigue encantando el bosque y ya tengo permiso para ir sola, voy menos veces. Hace ya bastante tiempo que he dejado de hablarle a mi madre sobre mis amigos pues ella sigue pensando que son imaginaciones mías. El pasado miércoles fui al bosque pero tan solo vi a Bambi, los demás estaban haciendo cosas, me dijo y no podrían verme ese día. Fue una lástima, no iré hasta dentro de bastante tiempo.
He ido al bosque con muy poca frecuencia, es increíble lo rápido que pasa el tiempo y las cosas que me tienen entretenida, ya casi no piso el bosque, he ido hace dos meses, el día antes de mi boda e iré en cuanto nazca mi bebé, estoy segura de que Tía Lila estará encantada, estoy segura de que será una niña. El Señor Pon querrá ser su profesor y enseñarle las cosas del bosque y Bambi será su compañero de juegos, estoy segura de que a todos les hará muy feliz.
Hoy ha sido un día muy ajetreado, mi niña ya tiene casi 2 semanas y hoy pienso llevarla al bosque. Mi marido al principio no estaba de acuerdo y después quería acompañarnos pero me he negado con un No rotundo de esos que hacía mi madre cuando era pequeña. Me costó bastante llegar, de pequeña parecía que estaba más cerca, pero cuando llegué el cansancio se esfumó. Tomy estaba más grande que nunca y el bosque estaba muy tranquilo, nada parecía haber cambiado, nada excepto que nadie había salido a recibirnos. Normal, después de tanto tiempo sin ir lo último que se imaginaban era que fuera a verlos, ni siquiera se imaginarán que he tenido una niña.
Esperé durante una hora larga y después paseé un poco llamando al Señor Pon, a Tía Lila y a Bambi, ninguno apareció. Decidí volver a casa.
Mi marido notó que yo estaba decaída pero obviamente no podía decirle que allí esperaba ver a mis amigos pues, al igual que mi madre, me trataría de loca. No es que mi madre lo pensara exactamente, simplemente piensa que fueron unos amigos imaginarios que tuve como la mayoría de los niños pequeños, pero yo sé que no los imaginé, ellos son tan reales como lo soy yo o mi hija.
Pasaron dos días pero yo apenas he dormido preguntándome qué habría pasado, aquello no era normal así que al tercer día dejé a mi marido una nota y salí yo sola al bosque. Por un momento me sentí bien porque recordaba a los momentos en los que me escapaba de casa y sin casi darme cuenta ya estaba en el bosque. No había nadie pero decidí no darme por vencida y esperar. Me entretuve colgándome de una enredadera seca, saltando el pequeño arroyo de un lado a otro y llenándome de barro en la orilla fangosa.
Y había pasado mucho tiempo y ya pasaba del medio día, estaba llena de barro y agobiada de esperar. Entonces se me ocurrió desenterrar la cajita que habíamos enterrado tiempo atrás. Al menos podría rememorar aquel momento, las caras de felicidad de todos al meter algo importante en la caja, cada uno un pequeño tesoro. Me acerqué a Tomy y comencé a hablarle mientras desenterraba la caja, justo en el lugar que recordaba. La saqué de la tierra con mucho cuidado, estaba sucia y se notaba que era vieja. Apoyé la espalda contra Tomy y esperé un rato, la verdad es que me habría gustado que en ese momento estuviéramos todos juntos. Después de diez minutos no pude esperar y me decidí a abrir la caja, estaba nerviosa y feliz a la vez, hacía mucho tiempo que no veía a mis amigos y no sabía dónde estaban pero al menos tenía la caja del tesoro, mientras existiera, la promesa seguiría en pie. Entonces el miedo y los nervios se esfumaron, era cierto, habíamos hecho una promesa sobre aquella cajita y no tenía por qué tener miedo de no volver a verlos, estaríamos juntos por siempre.
Conteniendo la respiración y cerrando los ojos abrí la caja. Los abrí poco a poco y vi lo que había dentro, un viejo y desgastado dibujo, nada más. Y entonces supe que mi madre tenía razón, mis amigos no eran reales… tan solo eran imaginaciones mías. Lo pasé muy mal.
Años después esta teoría la tiré a la basura al ver que mi hija venía gritando: ¡Mamá! ¡Mis amigos del bosque me han dado esto para ti! Y cuando abrió sus manitas traía consigo un pequeño mechón de pelo que brillaba como el primer día, una hoja seca preciosa y un guijarro liso y suave.

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