martes, 11 de enero de 2011

Nacho



La primera vez no fue más que una gamberrada. Había dibujado un grafiti con su nombre en un muro. Más adelante comenzaba a desaparecer la ropa interior de los tendales y reaparecía en los espantapájaros. La gente del pueblo empezaba a enfadarse pero no podían hacer nada, ¿qué culpa tenía el muchacho si sus padres eran unos borrachos que no se preocupaban por él? Pasaba el tiempo e Ignacio cada vez las armaba más gordas. No había huerto que sobreviviera a su paso, no había gato que acabara sin cola. Cristales rotos, puertas destrozadas, la caja del bar apareció vacía… Ignacio era un auténtico problema. Había sido ingresado en un centro de menores pero había salido poco después, ya empezaba a beber como sus padres y lo de estudiar ni lo conocía.
Era un chico problemático y el pueblo empezaba a cansarse de él. Pasaba de todo, no tenía sueños ni ilusiones, lo único mínimamente importante para él era el bosque. La gente no sabía lo que hacía en el bosque, y tampoco quería saberlo. Preferían que se mantuviese allí el mayor tiempo posible, así no haría gamberradas.
La noticia llegó como un hachazo directo al pecho de Nacho. El bosque sería talado para construir un campo de golf. Escuchó la noticia de un grupo de hombres que estaban discutiendo sobre ello. Al parecer una compañía muy importante quería comprar el campo de golf y aunque el pueblo se negara parecía que no servía de mucho.
Nacho se descubrió siguiendo de cerca los movimientos tanto de la empresa como del pueblo. Antes de darse cuenta vio que había saboteado las máquinas de los taladores. Más tarde decidió unirse al pueblo para evitar que talasen su bosque. Las personas le aceptaron de mala gana pero al ver su motivación y el esfuerzo que ponía decidieron darle una oportunidad. Ignacio estaba cambiando porque había encontrado lo que de verdad le gustaba.
Estaba empezando a importarse por las cosas referidas al pueblo, como territorios, derechos etc. Comenzó a estudiar sobre las clases de árboles protegidas y las especies de animales que vivían en ellos. En apenas unos meses consiguió saber más que todos los demás juntos. Ayudó en trabajos voluntarios para restaurar edificios derruidos y consiguió un pequeño empleo como ayudante de invernadero.
Estaba todo el día metido entre plantas y cuando no, estaba en el bosque. Todo el mundo se creía que Nacho conocía el número exacto de árboles, el número de pasos que había entre cada uno y el número de animales o insectos que habitaban en ellos.
Al chico en verdad le apasionaba aquello, se había propuesto cambiar su vida, estaba ahorrando para más adelante poder llevar a sus padres a un centro de desintoxicación y quería formar un propio invernadero para cuidar sus propias plantas, incluso se le había pasado por la cabeza la idea de ir al instituto y estudiar algo de biología. Pero lo primero era lo primero, tenía que salvar ese bosque como fuera.
Estudiaron los terrenos para impedir que se talara un solo árbol mientras intentaban solucionar aquello. Cada noche Nacho y algunos jóvenes más iban a sabotear las máquinas, quitar las marcas de los árboles que delimitaban el lugar a talar o metían esgolancios y pequeñas serpientes entre los asientos.
La obra se retrasó, todos estaban trabajando en lo posible porque les permitieran proteger el bosque. Había plantas autóctonas de Asturias que estaban prohibido talar pero Nacho comprendió que el dinero era lo que movía a casi todo el mundo. Con dinero de por medio sería muy difícil. Decidió ir a hablar personalmente con una persona que le recomendaron, encargada de proteger el medio ambiente. Tuvo que viajar a la ciudad y estaría fuera una semana. O eso se creía.
Al principio no consiguió una entrevista y tuvo que esperar dos semanas, cuando la consiguió tuvieron que retrasarla y después no conseguían los papeles. Cuando consiguió  todo lo necesario para proteger su bosque había pasado más de un mes por lo que volvió a casa lo más rápido posible para comunicar la noticia.
Había cambiado tanto… nunca pensó que llegaría a esforzarse tanto por algo. Aunque en el tiempo que había tenido que esperar por esos papeles había gastado todo el dinero que tenía ahorrado para sus padres, sabía que en cuanto mostrara al pueblo que lo había conseguido le ofrecerían algún pequeño trabajillo y podría comenzar de nuevo una nueva vida.
Bajó del tren y echó a correr, mochila a la espalda, hacia el pueblo. Una sonrisa cubría su cara, lo había conseguido.
Cuando llegó nadie salió a saludarlo, es más, se mostraban esquivos. Fue a saludar a su jefe del invernadero y este le respondió fríamente que estaba despedido y que no volviera a aparecer delante de él.
Nacho estaba anonadado, no entendía que pasaba. La panadera se acercó a él y comenzó a insultarle.
-¡Ya sabía yo que no podíamos fiarnos de ti! Ya sabía que inventarías una escusa para irte con el dinero y abandonarnos a todos, al bosque y  tus padres. ¡Esto solo es culpa tuya!
Nacho procesó la información durante unos instantes y después se defendió. Enseñó el papel que le habían dado para proteger al bosque, explicó que no había tardado a propósito y que el dinero se lo había tenido que gastar. Pese a todo ello nadie le creyó, era muy duro pero al menos podía proteger el bosque…
Esa tarde decidió salir a pasear. Tomó el camino y a paso ágil se dirigió hacia su lugar de paz. Lo que se encontró allí le quitó el alma. Una enorme extensión de tierra removida y montañas de troncos amontonadas en un lateral. Lo habían hecho aprovechando que él no estaba y habían ganado. No había bosque, no tenía dinero, nadie confiaba en él y había perdido la esperanza. Entendió entonces que la manera de defender algo que se ama no es con papeles y siguiendo la ley, debería haberlo hecho como desde el principio, a su manera.

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