lunes, 4 de octubre de 2010

La moto de Carru Parte 4

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-Ostia puta – dijo Luisen.
-Pipas pal pájaro.
-¡Cállate Cristian! – gritó Elena.
-Joder, vamos a abrir – dijo Alejandra.
-¡Está manchada de sangre! – gritó Alex.
-¡Entonces estaría muerta! – gritó Celia. Entre todo abrieron la trampilla y ayudaron a Miriam a salir del conducto. Estaba llena de polvo.
-¿Qué te pasó? – le preguntó Óscar.
-¡Pregúntale a esos cuatro! – dijo señalando a Alex, Luisen, César y Raquel. Todos se quedaron mirando hacia ellos y estos explicaron que la habían encerrado en un armario para evitar que el payaso fuera a por los demás. - ¡Por vuestra culpa Borjita está muerto!
-¡Y si no llega a ser por ellos quizás lo estaríamos todos! – defendió Guille.
-¿Cómo es que tú no estás muerta? – le preguntó Iván. Miriam señaló sus pies descalzos.
-En cuanto me encerraron me quité los zapatos pues era lo que estaba manchado de sangre.
-Tenemos que salir de aquí – dijo Luisen.
-No te jode… - dijo Raquel.
-¿Y ahora qué? – preguntó César. Óscar se asomó a la ventana y en ese preciso instante calló un rayo que iluminó toda la habitación. La luz se fue y todos comenzaron a gritar.
-¡Callaros ostia! – gritó Luisen. Todos comenzaron a callar pero aun se oía algún suspiro y susurros.
-Sangre… Quiero sangre… - se escuchó la voz de nuevo y todos se pusieron nerviosos pues como no había luz no podían mirar si estaban manchados o no.
-¿Y si hacemos dos grupos? – preguntó alguien.
-Si claro, lo que faltaba.
-Yo creo que es lo mejor.
-Buscaremos una salida por dos partes. – Y así se formaron dos grupos. En uno estaba: Alejandro, César, Luisen, Cristian, Raquel y Miriam. En otro estaba: Óscar, Iván, Guille, Alejandra, Celia y Elena. Alumbrando con los móviles se fueron a investigar la casa.
El grupo de Alejandro subió de nuevo al piso de arriba y entraron en una habitación.
-Esto antes no estaba así – comentó Raquel al ver una cama llena de muñecas rotas y manchadas de sangre.
-Tenemos que evitar mancharnos de sangre… - dijo Miriam.
-Eso lo sabemos.
-Tal vez tú no, con lo tonta que eres.
-¿Tonta? No soy yo la que no vio un enorme charco de sangre y pisó encima.
-Parad joder – dijo César.
-Tengo una idea – dijo Luisen. Se la comentó y al principio se negaron. Después cedieron. Bajaron a la cocina y, evitando el charco de sangre, abrieron los armarios hasta encontrar bolsas de basura. Hicieron un agujero para la cabeza y otro para los brazos y se los pusieron por encima.
-Si alguien se mancha de sangre se quita la bolsa enseguida ¿vale?
-Sí. – estuvieron unos minutos más buscando cosas que les hicieran falta pero no encontraron nada. Tampoco había rastro del payaso o de los desaparecidos.
-Piiiiiiiiiiiiiiiii – sonó un móvil. Era el de Alejandro. Lo miraron y tenía un nuevo mensaje de entrada. Lo leyó en alto.
“Tengo la sangre que me pediste, si la quieres ven”
Todos se quedaron en silencio y miraron a Alejandro. Este juró mil veces que no sabía qué era eso. De repente se escuchó de nuevo la moto.  Bajaron corriendo al sótano pues era de donde procedía el sonido y una vez allí se encontraron con el otro grupo.
Óscar e Iván jugaban a las cartas, Celia y Alejandra estaban echadas en un sofá y Elena y Guille en la cama liándose.
-¿Qué cojones es esto? – dijo César de mal humor. – Vaya cómo buscáis una salida ¿NO?
-Joder, es que ya miramos todo ¿Por qué lleváis bolsas de basura puestas?
-¡Cómo que ya mirasteis todo! ¿Te crees que somos gilipollas? ¡Ya estáis moviendo el puto culo subnormales! – gritó Luisen fuera de control.
-¡Eh! A ver a quién insultas – defendió guille.
-Y tú te callas la puta boca enano de mierda, ¿qué cojones os creéis liándoos en una situación como esta? – Y nadie más respondió pues la moto volvió a escucharse. Y sonó durante bastante tiempo y como si se encontrara en la misma habitación que ellos. Unas marcas de goma aparecieron al lado de las que ya estaban allí. Entonces algo cayó al suelo. Cuando los chicos miraron más de cerca se dieron cuenta de que era un cuerpo destrozado: Tenía el rostro quemado y no se podía ver de quién se trataba. Le salían un par de costillas, tenía el cuello medio cortado y tan solo unos pocos de mechones en la cabeza. Solo llevaba puestos unos pantalones empapados de sangre y tanto las uñas de los pies como de las manos habían sido arrancadas.
Alejandra intentó controlar una arcada y Celia quitó la mirada. Elena empezó a llorar, al igual que la mayoría de los que había allí. Salieron todos disparados hacia las escaleras.
-¿Celia? – gritó Alejandra. Todos se miraron entre sí. Era la cuarta desaparición sin contar a Miriam, Alejandra se cayó al suelo, sin fuerzas.
Se oyeron unos pasos subir por las escaleras del sótano y al principio se quedaron quietos pensando en que tal vez era Celia. Se abrió la puerta y todos contuvieron el aliento. Una mano de chica estaba cogiendo el pomo de la puerta pero entonces de repente la mano se calló y todos vieron la muñeca cortada. Echaron a correr hacia arriba. 
-Ay me muas, yo adelgacé cincuenta Kilos ya. – dijo Cristian.
-Menos mal – le dijo Guille. Evitaron la habitación de las muñecas y se metieron en la del armario grande. Se colocaron todos pegados a la pared.
-No tardará en llegar. – dijo Luisen. – vamos a ver si se abre la ventana. Cristian intentó abrir la ventana con el hacha pero no hubo manera. Guille abrió la puerta del armario con mucho cuidado.
-Eh, el armario no es un armario – dijo. Cristian se acercó para ver lo que había dentro. Era una especie de pasillo que se alargaba y parecía no tener fin. Los dos se metieron con intención de caminar pero el suelo cedió bajo sus pies.
-¡Guille! – gritó Elena. Todos se acercaron a ver qué les había pasado. Estaban los dos colgados del borde del armario, a punto de caer. Entre César, Luisen y Raquel les cogieron pues eran los que más adelante estaban.
-¡Cristian tío! ¡no puedo contigo! – gritó César. Raquel cogió a Guille de un brazo y tiró con todas sus fuerzas. Le apartó para atrás e intentó ayudar a los otros dos chicos con Cristian.  César le tenía cogido de un brazo y Luisen del otro.
-¡Ayudadnos! – gritó. Óscar e Iván intentaron ayudarles pero sin querer el brazo de Cristian que sostenía Luisen se soltó. Cristian calló pero también hizo que César perdiera el equilibrio. Entre Raquel e Iván le aguantaron.
-Dios… - Se oía el grito de Cristian al caer y al final un solo golpe en seco. Todos se quedaron en silencio durante un rato.
-Podemos salir por la trampilla del aire – dijo Miriam. – Por ahí es por donde os encontré yo.
-Sí, una mierda, Y vamos todos ¿no? – dijo Óscar. No hubo más quejas. Uno a uno fueron introduciéndose en la trampilla: Miriam, Alex, Raquel, Luisen, César, Óscar, Iván, Guille, Elena y Alejandra.
Iban a cuatro patas y avanzaban muy despacio. Tan solo se escuchaba su respiración entrecortada y sus cuerpos rozar contra las paredes. Tras unos minutos bajando, subiendo y girando por los dédalos de conductos, comenzaron a escuchar un sonido lejano. Miriam se paró y tras ella, los demás. Esperaron y poco a poco el sonido fue haciéndose más cercano. Casi estaba tras de ellos cuando escucharon una risa.
-¡El payaso! – gritó Alejandra, quién estaba colocada en último lugar y podía ver de qué se trataba. - ¡Viene con un ventilador! ¡Si no os dais prisa vamos a ser triturados y yo la primera! – gritaba desesperada y llorando. Miriam aceleró el paso y todos fueron detrás. Pero en vano pues el payaso iba detrás de ellos, riéndose y cada vez más cerca. El sonido del ventilador palpitaba en sus oídos y de repente se oyó un crujido. Nadie miró hacia detrás, nadie paró ni se dio la vuelta. Ya no se escuchó más la risa del payaso, ni el ventilador, ni los llantos de Alejandra.

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